PARA PODER TENER HIJOS DEMOCRÁTICOS, TENEMOS QUE DEMOCRATIZAR NUESTRAS RELACIONES

Por Silvina Quintans

La Dra. Debora Tajer es profesora a cargo de la cátedra de Introducción a los Estudios de Género de la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires. Realizó junto con su equipo  nueve talleres sobre cuestiones de género  en el CNBA para docentes, tutores, autoridades, alumnos, alumnas y familias.

S.Q. –  ¿Cómo fue la convocatoria para trabajar en el Colegio?

D.T. – La convocatoria vino a partir de un grupo de madres colegas psicólogas,  que me llamaron porque estaban preocupadas por las denuncias de abusos y escraches. Propusieron al Rector que yo colaborara con el Colegio dado mi trabajo a cargo de la Cátedra de Estudios de Género de la Facultad de Psicología. El Rector tomó la propuesta, tuve una primera reunión con jefes de tutores de los diferentes turnos que me plantearon cómo veían el problema. Yo les planteé que había que revisar el enfoque más allá de la recepción de problemas de denuncias, es  un problema anterior, es la punta del iceberg. El iceberg son las relaciones entre varones y mujeres,  y los cambios que están habiendo en los últimos años. El colegio es una caja de resonancia de lo que está sucediendo a nivel macrosocial.

S. Q. – ¿Cuál fue la relación con la cooperadora?

D.T – La Cooperadora colaboró económicamente,  financió los talleres para alumnos y familias, el de docentes lo pagó el colegio. Fueron honorarios que no fueron los que cobramos habitualmente, pero permitieron la movilización, fue un reconocimiento, fue muy solidaria en ese sentido.

S.Q. – Por qué se dividieron por género los talleres de las chicas y los chicos?

D.T. – Fue una propuesta mía en términos teóricos. Dado que la preocupación tenía que ver con el campo de la violencia de género,  había que trabajar de manera diferente con varones y con mujeres porque son problemas diferentes. Además hay cosas que en el dispositivo mixto no se dicen o se confrontan,  y la idea no era ni que se callen ni que confronten,  sino que puedan hablar en un espacio de confiabilidad donde puedan decir lo que les pasa realmente y lo que piensan para poder tener seguridad psicológica por el tipo de problemática. De hecho, hay  alumnes que me plantearon qué pasaba con la gente que no se definía en el género binario,  yo respondí que si me hubieran llamado por un caso de discriminación de un alumne trans .hubiera hecho otro dispositivo, pero como me llamaron por violencia de género y se hablaba de víctimas y victimarios, que es el peor nombre que pueden tener las mujeres y los varones, entendieron la posición. Ellos están con el tema de la diversidad,  que es algo que alojamos, pero nos pareció que lo más importante era poderle dar un buen trámite a este tipo de cuestiones.                                   

S Q – ¿Cómo fue la experiencia con los padres?

D.T. – La participación fue muy buena. Teníamos la idea de convocar a familias, pero además los chicos lo pidieron, porque decían: “mi familia no entiende nada, no sabe nada de todo esto.  Nosotros, nosotras y nosotres necesitamos compañía de las familias y de la única manera que nos pueden acompañar es siendo informados”.  Como es un cambio cultural muy fuerte, no se puede trabajar solo con un actor. Cuando empezamos a trabajar con el colegio,  en principio nos pidieron que trabajáramos con los grupos que estaban en conflicto, pero les dijimos que íbamos a trabajar con todes,  porque esto es algo que involucra no solo al que tiene problemas,  sino que es un cambio cultural muy importante. Nos parecía que teníamos que trabajar preventivamente y pedagógicamente, esa fue nuestra intervención.

S. Q. – ¿Qué marco le das a esta situación de conflicto?

D. T. – Mi manera de mirarlo es que hay una crisis muy fuerte de legitimidad del Patriarcado, es decir, de las relaciones de poder entre varones y mujeres, lo femenino y lo masculino. Esto está haciendo eclosión a nivel social, y tuvo sus particularidades dentro del colegio. En la Argentina era algo que estaba pasando,  pero se abrió un ciclo a partir de Ni Una Menos,  y este año con el debate por la legalización del aborto,  que les puso nombre y  contexto a muchas cosas que las chicas venían pensando que no estaban buenas. De hecho, en el medio del trabajo que estábamos haciendo,  fue la declaración de las exalumnas, que lo dijeron ahora porque no se podía decir antes. No se podía decir antes por muchas razones: porque no tenía discurso, no se podía formular y tampoco se iba a alojar, o sea que tiene varios determinantes.

Tenemos toda  una generación de chiques  que no quieren ocupar más el lugar de lo que se llama el “corset de género”, es decir,  aprender en la adolescencia que hay cierta ropa que no se pueden poner,  que los varones ocupen más espacio que ellas, que ellas tengan que estudiar doble para tener el mismo lugar, que haya temas de lo sexoafectivo con los varones que se resuelvan con el predominio de ellos sobre ellas. No quieren repetir lo que generaciones anteriores aprendimos: que nosotras éramos las que nos teníamos que cuidar,  y no eran los varones los que debían dejar de hacer esas cosas. Se tomaba como que los varones eran así, y que las chicas se tenían que cuidar. Eso es lo que ellas no quieren, y eso interpela a los varones. En este sentido, ellas tomaron como herramientas propias las denuncias y los escraches, como manera de defenderse de estas situaciones que no quieren más.  Las situaciones son diversas y van desde situaciones de abusos propiamente dichas,  hasta situaciones de malestar por conductas patriarcales que a ellas no les gustan.

Yo entendí el malestar en estos términos,  y entiendo  que había que ayudar a formular modos de procesamiento y construcción de femineidades que puedan pararse sobre sus propios pies y demandar igualdad de derechos,  y también trabajar con los varones para construir una masculinidad del siglo XXI que no tenga que imponerse por sobre las mujeres,  sino que pueda ser solidaria, cooperativa y democrática. En estas dos líneas fue el trabajo: en la de tomar el problema emergente pero también ir más allá,  y ayudarles a proponer otro tipo de modelos de femineidades y masculinidades más democráticas y más contemporáneas.

S. Q. – ¿Cuál es tu mirada de los escraches entre pares?

D. T – Yo creo que los escraches fueron la manera que encontraron las chicas para hacer escuchar su voz y evidenciar el malestar. Esta es una herramienta que tiene una historia dentro de nuestra sociedad. El primer momento en el que se escuchó fue con H.I.J.O.S. en la época de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final, donde había impunidad y ellos marcaron dónde estaban los genocidas como un tipo de condena social, pero igual no fue justicia por mano propia, fue condena. En este sentido,  me parece que las chicas encontraron esta modalidad, que como toda herramienta hay que ver como se sostiene en el tiempo. Como punto de visibiidad ha sido importante, pero es momento de ofrecer otro tipo de herramientas para procesar el malestar y que no haya impunidad. Si hay impunidad, va a seguir habiendo escraches. Impunidad no quiere decir condena,  sino que estas cosas no pasen. Hay que generar mecanismos para que estas cosas no pasen y como adultos tenemos que trabajar en eso.

S. Q. – Una preocupación entre las familias es que se utilicen categorías como “víctimas y victimarios”, “abusadores” o “acosadores” a chicos de 12 o 13 años. El escrache si bien da visibilidad al tema, coloca categorías que muchas veces no son acordes con un adolescente que se inicia en la sexualidad.

D. T. – Yo acuerdo con vos en este sentido, un escrache en adolescencia puede tener el sentido de visibilizar algo que está mal y eso es correcto. De ahí a que ese sea un abusador o violador es otro tema, hay que comprobarlo. La adolescencia es un momento de formación, de adquisición de la identidad y de entrada al ejercicio de la psicosexualidad. Todes están aprendiendo qué hacen en lo sexual, en este sentido,   si un varón tiene una conducta que a una chica no le gusta,  es correcto que ese pibe no lo haga más,  pero de ahí a que sea un victimario hay un trecho muy importante. No hay que poner rótulos en ningún sentido, yo en términos psicológicos tampoco estoy de acuerdo con que se ponga un diagnóstico antes de saber de qué se trata el problema. De hecho lo que se está trabajando en el campo psi es la despatologización de la infancia y adolescencia, entonces no podemos entrar desde la reivindicación feminista en contra de lo que estamos diciendo en salud mental. Yo me considero feminista desde que tengo uso de razón, no es un movimiento que trate de generar venganza, sino que trata de plantear la igualdad entre hombres y mujeres, la ampliación de la democracia.

Por eso es importante convocar y ayudar para que haya herramientas democráticas de resolución del malestar. De un malestar legítimo de las chicas, es un momento importante de alojamiento de las voces femeninas que antes no se escuchaban. También digo que como terapeuta,  cuando empecé a trabajar hace treinta años,  venían mujeres que habían tenido situaciones abusivas a los 12 años y lo decían 40 años después, la mayor parte de esas situaciones era con familiares grandes. Acá fuimos a ver qué pasaba con los pibes y empezaron las denuncias con respecto a los profesores y autoridades,  que fue lo que saltó después en todo el proceso. En este sentido,  yo diferenciaría la cuestión del malestar entre chiques y lo que pasa con los más grandes. Con respecto a lo que pasa entre la población adolescente, yo creo que le tenemos que dar otro curso, tenemos que poder trabajar para que estas cosas no pasen y proponer modelos de femineidades, masculinidades y diversidades que sean democráticos,  y no que haya justicia por mano propia. Porque frente a una causa legítima si se lleva a ultranza cierto tipo de herramienta, se generan daños mayores. En la Argentina tenemos el capital simbólico de las Abuelas y las Madres de Plaza de Mayo, que en muchos casos han tenido a los genocidas al lado, han viajado en el mismo avión,  pero nunca han hecho nada por mano propia, sino que lo que han hecho es que sean juzgados. Nos han enseñado una ética que tenemos que tomar, y esa es la ética que yo trato de trabajar.

S.Q. – Hay otras aristas en la relación entre adolescentes: el uso de las redes sociales, el concepto de intimidad, el primer acercamiento sexual. ¿Cómo se define qué es un abuso entre adolescentes?

Muchas veces lo que se llama abuso no es necesariamente un abuso, pero sí es una situación que está mal. Por eso digo que la gran categoría es el patriarcado. Si yo tengo a un pibe al que le han enseñado a ser varón hegemónico  desde la infancia, que el varón tiene que ir para adelante, que puede utilizar el cuerpo de las mujeres como se le de la gana, e incluso hay quienes todavía siguen iniciando a varones con prostitutas ¿por qué pensar que un chico de 13 o 14 años cuando se inicie no va a hacer lo mismo? Va a hacer eso porque no le enseñaron otra cosa,  y lo estoy castigando por algo que se le enseñó a hacer. Hay que enseñarles a esos pibes otras cosas.

S.Q. – Muchas veces en el paraguas de la definición de abuso hay situaciones muy complejas y diferentes metidas dentro de la misma categoría.

D.T.- Tocar la cola está mal, decirte cosas que no te tienen que decir, está mal, pero eso no es un abusador ni un violador. Eso está mal y no se debe hacer. Hay que proponer modalidades masculinas que no hagan esas cosas, de eso se trata el cambio cultural. Son pibes a los que se les ha enseñado con Tinelli, el porno, los grupos de whatsapp, la barra brava, y después cuando ese pibe hace lo que se le propuso, se lo castiga. Tiene que haber un cambio cultural para que no pasen estas cosas, y yo les diría a las pibas que eso es importante para ellas mismas, es importante que los varones no sean más educados de esa forma, ese sería el objetivo.

S.Q.- Hay chicos en el colegio que están haciendo talleres de “deconstrucción”,¿ qué opinás del tema?

D.T.- Yo no utilizaría la palabra “deconstrucción”, me enteré de que se llamaba así cuando empecé a escuchar a les chiques. No sé de dónde viene, pero yo diría que en la adolescencia más que deconstruir hay que construir. Hay que construir masculinidades del siglo XXI. Hay algo de la masculinidad hegemónica que es malo para los varones,  que viven siete años menos que nosotras.  Yo creo que los varones deben reflexionar sobre las masculinidades, pero yo no lo llamaría deconstrucción, porque si tenemos que deconstruir el patriarcado, el patriarcado está en todos lados y también en las mujeres. Si una mujer no puede decir que no,  o no puede significar una situación que no le gusta,  o lo hace dos años después, es porque el patriarcado también está dentro de ella. Tenemos que poder ayudar a las pibas para que no se sometan a situaciones que no les gustan, que puedan decir no cuando quieran decir que no, de la misma manera que tenemos que construir varones que no traten mal a las mujeres.

S. Q. – ¿Qué podemos aportar desde las familias en la vida cotidiana?

D. T. – La propuesta sería educar varones y mujeres pensando que el otro es un semejante, fundamentalmente los varones, porque la propuesta de la sociedad para los varones es que las mujeres no somos semejantes, aunque en el discurso se diga que sí. Los varones saben que tienen más poder social, que van a conseguir más que las chicas. Puedo darte muchos indicadores de eso: un tipo de 40 se separó,  y al otro día le pasan teléfonos; una mujer de 40 se separó,  y puede estar diez años sola; un varon´de 60 puede salir con una piba de 30, mientras una mujer de 60 es muy difícil que encuentre pareja, salvo con un hombre de 80;  hay empleos que toman varones y no toman mujeres; las mujeres ganamos un 30% menos por el mismo empleo. Hay muchas cuestiones en lo social donde hay una desigualación.

 Lo que tenemos que hacer es criar chicos y chicas en democracia, pedir lo mismo a los varones que pedimos a las mujeres: que los varones acompañen, que laven los platos, que pongan la mesa, que las mujeres puedan estudiar matemática, puedan salir, tengan libertad igual que los varones. Tenemos que criar varones que cuiden, que se cuiden, que lloren, que expresen sentimientos, y mujeres que no se sientan menos y que puedan decir que no cuando no quieren, que puedan hacer su propio camino. Yo creo que ese es el quid.

Quiero decirles también a los padres que las chicas y chicos ven la desigualación que tenemos en nuestras generaciones: ven que cuando hay un grupo de padres, siempre somos madres:  saben que quienes  se ocupan de las tareas somos las mujeres, que quienes los llevan a los médicos somos las mujeres.  No podemos enseñar igualación si nosotros vivimos en la desigualación.  Que sepan que los pibes y las pibas aprenden lo que ven. Hay incluso propuestas desiguales en las mismas casas: a las hijas se les permiten cosas que a las esposas no. Las chicas y los chicos ven ese doble standard, entonces para poder tener hijos e hijas democráticos, tenemos que democratizar nuestras relaciones. Este es parte del mensaje que trasladaría a la población adulta sobre cómo criar a sus hijes.