Este es un año especial para la Asociación Cooperadora Amadeo Jacques. Cumplimos 60 años de trabajo dentro del colegio y reforzamos nuestro compromiso con la educación pública de excelencia, diversa e inclusiva. 

Durante estos sesenta años, tanto el Colegio como el contexto político, económico y social atravesaron toda clase de cambios. Muchas de las historias que sucedieron entre las paredes de este edificio aún siguen vivas y decidimos rescatarlas en esta nota que une a tres hombres y tres mujeres exalumnos de la institución, que cursaron durante cada una de esas décadas. Logramos juntarlos una mañana de diciembre en la sala de reuniones de la Cooperadora para intercambiar las experiencias de su paso por el colegio. El encuentro duró varias horas y fue una interesante radiografía de la vida de la institución y del país.  Estas son las personas que participaron en la entrevista: 

Rafael Mariano Manovil (1956-1961) ingresó al año siguiente de la Revolución Libertadora y vivió el debate que se planteaba entonces entre enseñanza laica o libre. Rectores: Antonio Valeiras y Florentino Sanguinetti. Abogado especialista en derecho societario, titular de cátedra en la UBA y miembro de la Academia Nacional de Derecho. Premio Kónex 2016

Rafael Mariano Manovil

Enrique Vázquez (1971-1975) cursó en la primera parte de la década del 70 en un colegio marcado por la militancia, donde se veló en el Claustro Central a un exalumno asesinado por la Triple A. Rector: Raúl Aragón. Profesor de Historia, da clases en la UBA y se jubiló en el Colegio Nicolás Avellaneda, del que fue vicerrector. 

Mariana Lewkowicz (1977-1982) cursó durante la dictadura militar con una rígida disciplina. En su casa, con su hermano Ignacio, nació la legendaria revista Aristócratas del Saber (ADS) que por entonces circulaba de manera clandestina. Rectores: Eduardo Maniglia – Icas Micillo. Profesora de Historia, investigadora y especialista en formación docente. 

Carla Albornoz (1985-1989) cursó durante el gobierno de Raúl Alfonsín, pertenece a la primera camada que completó toda la secundaria en democracia Rector: Horacio Sanguinetti. Economista, Licenciada en Ciencia Política y Doctora en Letras. 

Diego García (1997-2001) cursó durante el período menemista y el gobierno de Fernando de la Rúa. Rector: Horacio Sanguinetti. Licenciado en Filosofía 

Ana Traversi (2013-2017) pertenece a la promoción que pronunció el discurso de graduación de 2018, donde se cuestionaron abusos y relaciones de poder dentro del colegio. Testigo y protagonista del comienzo del movimiento feminista y de los planteos sobre diversidad sexual. Rector: Gustavo Zorzoli. Estudiante de Economía.

Mariana Lewkowicz

Asociación Cooperadora: En primer lugar, nos gustaría que nos contaran cómo era la vida cotidiana en el Colegio, la relación con sus compañeros y compañeras, con las autoridades y con los profesores en cada una de las épocas.

Rafael Mariano Manovil: Yo ingresé en el ’56, en aquel entonces era un colegio de varones y fue el primer año en el que se incorporaron profesoras mujeres. En el ‘59 entraron las primeras alumnas, 11 o 12 chicas en todo el colegio, en el turno mañana. Mirándolo en retrospectiva, ellas y sus padres fueron muy valientes por mandarlas a un ámbito que podía ser absolutamente hostil. Antes de que se aprobara el ingreso de mujeres al colegio, hubo mucho debate con los profesores y entre nosotros. Podía ser una invasión a nuestra libertad, además de temas prácticos, como que los baños no estaban preparados, por ejemplo. Fue un debate que hoy puede parecer incomprensible, pero una vez que ingresaron no hubo clima de hostilidad. 

Con respecto a la disciplina, en el colegio la conducta era muy rígida, había mucho respeto por los profesores y cualquier desorden o falta de respeto eran castigados. La formación académica no tenía punto de comparación con el resto de los colegios, privados o públicos. En aquella época el colegio público era de excelencia y –salvo algunas excepciones-, mirábamos a los alumnos de los colegios privados hasta con desdén intelectual. Un 90% de los profesores también lo eran en la universidad. Yo tuve en geografía y en historia a (Horacio) Difrieri, que después fue decano de Filosofía y Letras. El profesor de física de quinto año (Cattáneo) era simultáneamente decano de la Facultad de Ingeniería. Lo que más recuerdo es el nivel académico: nos enseñaban a investigar, a pensar, a ir a la biblioteca y buscar los libros. Los de mi generación no podemos sino ver el lado positivo de nuestro paso por el colegio, más allá de las dificultades con las que pudimos haber tropezado. Era escasa la atención que se le prestaba a la contención del alumno, pero aún la dureza fue formativa.

Soy argentino de primera generación, y en el primario fui a un colegio alemán. Este colegio me hizo argentino. Nos integraba con toda clase de gente, el alumnado era muy mixto, en su origen social, en su origen geográfico (de los distintos barrios de la ciudad). Por supuesto que había diferencias ideológicas, pero aprendimos a convivir y creamos una sólida unidad, que perdura hasta hoy. 

Enrique Vázquez

Enrique Vázquez: Los años que me tocaron transitar por el colegio fueron muy convulsionados por el contexto socio político de principios de los ’70. Todo lo que caminaba fuera del Colegio, caminaba también por acá adentro, con sus particularidades. Yo entré al final del gobierno de Lanusse, cuando el Colegio todavía estaba muy sujeto al régimen tradicional, al uniforme, a una disciplina muy estricta. Mi promoción tuvo cinco rectores: Sanz, Aragón, Garda, Muñoz y Maniglia. Pero el que nos marcó como generación fue Raúl Aragón. Llegó en el ’73, con el gobierno de Cámpora y Puiggrós en la UBA. Su rectorado significó un quiebre muy fuerte: cambió nuestra relación con los profesores, nuestra mirada del Colegio y del mundo. Se nos abrían nuevas perspectivas que entusiasmaban a unos y preocupaban a otros. Había mucha excitación, era una superposición de adolescencias y de entusiasmos por la edad y por el contexto general.

Mariana Lewkowicz: Yo soy de los otros ’70. Cuando hablan de los estudiantes de los ’70, yo siempre pregunto cuáles, porque la segunda mitad es muy diferente. Yo entré a un Colegio que estuvo congelado, como territorio ocupado durante la época de los militares. La disciplina y la vida cotidiana estaban totalmente regladas: las filas para entrar al aula, qué se podía hacer en el recreo, cuándo se podía ir al baño, cómo había que sentarse en las aulas, las mujeres separadas de los varones, estaba todo establecido. La proporción de mujeres y varones creo que se había emparejado antes, pero se volvió a desemparejar con la dictadura. Cuando nosotras entramos éramos pocas, alrededor de un tercio del alumnado.

Enrique: Entre las cosas disruptivas que sucedieron antes de que vos ingresaras, en el ’74, no hubo exámenes de ingreso, era por sorteo ¡tremenda herejía!. Otra de las herejías fue la idea del rector (Raúl) Aragón de la autodisciplina, rompiendo totalmente con la tradición del Buenos Aires. También la organización de mesas de trabajo para que estudiantes y profesores discutieran los contenidos de las asignaturas. Recuerdo las acaloradas discusiones con los profes de latín sobre la utilidad o no de su materia. Vos hablás de un colegio que fue la marcha atrás de todo eso.

Carla Albornoz

Mariana: Sí, marcha atrás con revancha, mucho más atrás del ’74. Se daba clase con la puerta abierta porque el personal de disciplina, que parecía tener un rango mayor, podía sacar a un alumno afuera de la clase si lo veían mal sentado, y el profesor seguía dando clase con uno menos. Cosas que ahora nos parecen horribles sucedían, el ambiente no era educador y se pensaba muy poco en lo que pudiéramos aprender. Así como era de rígido el tema disciplinario, desde el punto de vista académico era de una mediocridad absoluta. Habían expulsado a muchos docentes, sobre todo los de humanidades. Habían quedado los de física, química, y había entrado gente sin concurso recién salida del profesorado, o esposas de milicos que estaban medio aburridas en la casa.  Tuvimos algunas excepciones: en literatura y latín habían quedado algunos profesores que eran prestigiosos, eran radicales, que por entonces traían la cosa democrática. 

A.C.: En ese momento, ¿se daban cuenta de lo que estaban viviendo?

Mariana: Sabíamos que el régimen era particularmente opresivo, que no siempre había sido así, que corríamos algunos peligros, pero no exactamente qué pasaba. Algunos empezamos a hacer actividades clandestinas para el centro de estudiantes, editábamos la revista Aristócratas del Saber,  donde escribíamos sobre el régimen opresor y la mediocridad académica. Los que entramos en el ’77, hicimos todo el secundario durante la dictadura, pero nadie pagó con la vida como los chicos que terminaron antes. 

Carla Albornoz: Yo entré con Alfonsín, con todos los fantasmas de lo que había sucedido en otros años. Teníamos la sensación de que todo había sido parte de una ficción porque no lo habíamos vivido, pero era todo muy cierto. Entramos en la democracia y todas fueron conquistas, mi generación fue toda para adelante. Entramos con uniforme, pero pasó poco tiempo hasta que pudimos vestirnos como queríamos, en primer año. Veníamos con la alegría de una nueva Argentina que se estaba gestando, había mucha energía y no se sabía cuál era el límite, todo era posible. Yo recuerdo un solo momento en el que se traspasaron los límites y nos hicieron sentir la disciplina férrea de la que ustedes hablan.

Diego García

Había mucho respeto por lo que había pasado anteriormente. La revista Aristócratas del Saber circulaba todavía en fotocopias durante mi generación, y la formación académica de los profesores era muy buena. Fueron los años de los talleres los sábados con artes creativas, fotografía, mimo, teatro. Mi generación aprendió a buscar la información, nada nos vino dado, si querías aprender, tenías que ir a la biblioteca, buscar en libros y enciclopedias, asociar los conocimientos, armar una idea original y creativa. Veníamos con esa impronta: “queremos nuestra propia voz, queremos nuestro punto de vista, a ver cómo conciliamos”. Creo que eso es algo que el Colegio daba -y ojalá que lo siga dando- porque es un patrimonio más allá de las paredes: la forma de pensar, de crear cosas, pensamientos, ideas. Han salido emprendedores  interesantes de esta generación. En mi clase no había distinción de camadas sociales ni económicas, todos éramos iguales. La creación de conocimiento era lo que te daba lugar dentro del núcleo, no era el dinero, ni quiénes eran tus padres. 

Diego García: Cuando mi generación llegó al colegio en el ‘96, el rector Horacio Sanguinetti ya llevaba 12 años en su cargo, cuando salimos le quedaban cinco más. Para muchos de nosotros no había diferencia entre Sanguinetti y la historia del colegio. Había una mitología que rodeaba su figura, en relación a su dedicación al estudio y su formación clásica y erudita, que representaba lo que imaginábamos como la tradición del Colegio. Me acuerdo que se contaba que terminó la carrera de Derecho con diez en todas las materias. Esto nos parecía increíble. Pero más increíble aun, que se decía que hubo una materia en la que no se había sacado diez y había decidido recursarla para tener sólo diez en su libreta. En esos años esa mitología se extendía sobre los estudiantes como un modelo de lo que que el Colegio esperaba de nosotros. Anécdotas como estas eran verdaderos dispositivos que construían una ética de trabajo.

En relación a la disciplina, diría que Sanguinetti ejercía una administración que yo categorizaría como paternal. Por un lado, inesperada porque no se dejaba regular por un texto escrito conocido por todos; por otro lado, dispuesto a una conversación para aclarar cuestiones; por último, evitando que la sangre llegara al río la mayoría de las veces. Como estudiantes, sabíamos que había límites, aunque no siempre sabíamos exactamente dónde empezaban. Pero, también sabíamos que contábamos con una reunión para evitar el castigo mortal de quedarnos afuera del Colegio. Diría que su mecanismo de regulación era una cierta discrecionalidad muy amplia con un fondo de benevolencia. Al menos, esa fue mi experiencia. Sobre el respeto a las profesoras diría que, en términos generales, los estudiantes sabíamos que la sanción sería fuerte si un profesor emitía un parte de sanción por una falta de respeto. Ahora bien, también tengo presente que el trato con las profesores no era, digamos, puntilloso en lo que hacía al respeto. Era patente la diferencia entre los que se habían ganado nuestro respeto y los que no. 

Ana Traversi

Hubo un punto de inflexión cuando se hizo la última vuelta olímpica. La vuelta olímpica era un festejo que hacíamos los estudiantes en quinto año. Era una guerra de agua, témpera, papel picado, espuma con detergente y engrudos varios, corriendo por el Colegio, que terminaba literalmente inundado y embadurnado con todo tipo de cosas. Al terminar el festejo los estudiantes de quinto se quedaban a limpiar todo, y aunque la mayor parte de las veces no había daños graves para el edificio, podía pasar que se rompiera un vidrio o que la carpintería necesitara una refacción. La cuestión fue que en 1999, los alumnos de quinto fueron informados de que a partir de ese año la vuelta olímpica quedaba prohibida, y se les advirtió que serían sancionados con severidad si no atendían a esta prohibición. Hicieron la vuelta igual. Y esta vez no hubo ninguna negociación: alrededor de 90 estudiantes tuvieron que dar todas las materias de quinto año en mesas de examen libre durante diciembre, marzo y julio del año siguiente. Fue el final de la vuelta olímpica.  

A.C.: ¿La leyenda del chancho es verdad?

Mariana: Fue en mi promoción, pero el chancho lo incautaron antes, no llegó a entrar al colegio. Lo trajo un chico que en los seis años se había mantenido en silencio y con bajo perfil. Cuando dijo: “yo traigo un chancho”, fue como decir … “existe este pibe”. Una cosa rarísima. Sé que intentaron entrarlo, pero los preceptores lo pescaron antes, se lo sacaron y se lo llevaron.  En respuesta, nosotros fuimos la promoción del Chancho, durante la vuelta olímpica entrábamos a cada división y escribíamos en el pizarrón “por cada chancho incautado vendrán 100 volando”. Ana Traversi: Ingresé en 2012. Pasé los seis años en la gestión de Gustavo Zorzoli, durante cuatro años del gobierno de Cristina y dos de Macri. En ese tiempo el contexto nacional cambió, pero el colegio no cambió demasiado. Sí cambiaron las discusiones en el Centro de Estudiantes y fui notando un progreso en la disciplina. En 2011, durante el curso de ingreso, hacían formar para entrar y salir. Había una preceptora que nos gritaba y le teníamos miedo, aunque no teníamos uniforme, eran muy estrictos con lo que podíamos usar; si llevabas la pollera corta te hacían quedar sentada o llamaban a tus papás. Si bien las chicas no pudimos usar short hasta que yo estuve en sexto, una vez que entrabas al Colegio, la situación era distinta: nunca formábamos y los profesores eran más amigables. Cuando entré todos teníamos celular, pero recién en 4° año surgieron los grupos de WhatsApp, el estallido de las redes sociales y de la tecnología. Me hice un perfil de tuiter porque el Rector se comunicaba por esa vía. Los celulares nos cambiaron la forma de estudiar, de posicionarnos.

Con respecto a la diversidad de estudiantes, había gente de todos lados, con historias distintas, más bien clase media o clase media alta. De hecho, mis padres no son profesionales y eso era un poco raro, pero dentro del aula éramos todos iguales. Los docentes eran completamente distintos a lo que ustedes comentaban, por ahí más parecido a lo que decía Diego. Docentes con nivel muy bueno que te marcaban de por vida, algunos muy cercanos a los estudiantes, otros más distantes. Yo me quejaba mucho de que algunos tenían una concepción bastante anticuada de la educación. En cuanto al nivel académico, en los debates con mis compañeros de la facultad es bastante notoria la diferencia con otros colegios.

A.C.: El Colegio siempre fue una caja de resonancia de su época. ¿Nos podrían contar cómo influyó el contexto político y social mientras cursaban?.

Rafael Manovil: Yo empecé a cursar en el año ’56, cinco meses después de la Revolución Libertadora. La sensación generalizada era que el primer peronismo había sido una dictadura cerrada, sin libertad de expresión, con persecución a los opositores. No había nadie entre los alumnos que se confesara peronista o que defendiera ese modelo. Vivimos con mucha conciencia -a pesar de la corta edad- la Convención Constituyente del año ’57 y,  por supuesto, la elección de Frondizi con el apoyo y la orden de Perón de votarlo. 

La división importante se produjo durante el debate entre laica o libre, que significó un mes de huelga en la universidad y en los colegios universitarios, con grandes manifestaciones en torno al Congreso. El problema se planteó cuando se sancionó una ley que autorizaba la creación de universidades privadas con facultad de expedir títulos, cuando hasta ese momento solo las universidades nacionales públicas podían hacerlo. Como las primeras universidades privadas fueron confesionales, los católicos practicantes apoyaban la enseñanza “libre” promovida por la Iglesia, mientras los liberales -en el aspecto religioso-, que no veían la necesidad de que hubiera universidades privadas y menos las confesionales, se llamaron “laicos”. La mayoría de nosotros estaba a favor de la enseñanza laica. Pero esa antinomia fue una mala definición de cuál era el conflicto. A 60 años de esa discusión, tenemos universidades públicas de excelencia y privadas de excelencia, y hay pésimas y mediocres de ambos grupos. 

Tuvimos una toma de colegio cuando Risieri Frondizi fue designado Rector de la Universidad  porque algunos alumnos de sectores nacionalistas lo veían como una expresión de la izquierda y no querían que tuviera influencia en el Nacional. Durante el acto de entrega de diplomas de egresados de aquella época, Risieri estaba presente y se tuvo que ir porque hubo discursos encendidos y lo agredieron de mala manera. 

Enrique: Nuestra experiencia fue distinta de lo que contaba Rafael respecto del peronismo. Nosotros vivimos la expectativa por el regreso de Perón a principios de los ‘70,  y su retorno al gobierno. También vivimos la peronización de vastos sectores medios de la sociedad que hasta entonces habían sido antiperonistas o no peronistas. La marca de esa peronización de la juventud la vivimos en el colegio. Y lo diría en términos más amplios: de la politización de los jóvenes con el afán de participar después de 18 años de peronismo proscripto, de una serie de gobiernos dictatoriales o democráticos con escasa legitimidad. A comienzos de los ’70,  había muchas ganas de ser partícipe y de estar en la política. Esto encajaba con un clima global de la época, donde los jóvenes eran protagonistas de los cambios: Mayo del ’68, los hippies en EE.UU., la Revolución Cubana. Encaja también con el tipo de formación que tuvimos, donde el eje fue formarnos como ciudadanos y como sujetos políticos, que tiene una carga mayor a la de ciudadanos. El rectorado de Raúl Aragón nos predispuso a eso. Yo entré a primer año asustadísimo, en el Aula Magna te decían que por ahí habían pasado los próceres, que éramos  la futura clase dirigente. Pero aunque el discurso fuera “vos acá venís a estudiar”, en la práctica era “el colegio es de ustedes”. De ustedes, de los profesores, de los directivos, de los padres, y eso nos marcó muchísimo.

Mariana: Nosotros vivimos los otros 70, la época de la dictadura. La Plaza de Mayo estaba acá nomás, así que era salir y escucharlo hablar a Galtieri. Yo recuerdo haber visto las rondas de las Madres sin saber de qué se trataba. Mi experiencia en el colegio cambió por completo con la revista Aristócratas del Saber (ADS), que nació en el ’78,  en mi casa, porque la empezó mi hermano Nacho Lewkowicz con alumnos de 5° y 6º. Yo estaba en segundo y no podía comentarlo con nadie de mi año porque habíamos entrado en dictadura y no sabíamos quién era quién, era todo un trabajo de inteligencia previo a entregar una revista, porque desconocías a tus compañeros. En 2010, cuando nuestra promoción se juntó para armar el archivo de la revista que está en la biblioteca,  nos preguntaron por qué escribíamos con seudónimos y de qué teníamos miedo. Al parecer, nuestro mayor temor en aquel entonces era que nos echaran del Colegio. Creo que la palabra desaparecidos aparece en la Revista recién en el ’80, muchos no teníamos conciencia del tema. 

 En el Colegio para nosotros no había ninguna diferencia entre (el rector Eduardo) Maniglia y  Videla, todo adulto que pisaba la escuela estaba del otro lado. Acá se habló mucho del respeto hacia los profesores, pero no del respeto hacia los alumnos. El trato hacia nosotros era misógino y todo lo malo que se te pueda ocurrir, el profesor de Derecho del Colegio, Mouján, tomaba interrogatorios a estudiantes para ver si conocían la revista.

A.C.: ¿Y de qué hablaba la Revista?

De la disciplina, del colegio y de algunas cosas del mundo. Se burlaba mucho del bajo nivel académico de los profesores, y pedía un reglamento, porque vos te enterabas de que algo estaba mal cuando te retaban o sancionaban, pero nunca estaba claro el motivo.  Pedía también por el boleto estudiantil, los concursos de los profesores, y por un curso que democratizara el ingreso al colegio, porque de lo contrario, el colegio era para el que podía pagarlo, no había ningún otro apoyo. Yo sé que el apoyo que se da ahora es insuficiente, pero en aquel entonces no había ni siquiera un gesto en ese sentido. Publicábamos también mucha poesía y cuentos. Martín Kohan (autor del libro Ciencias Morales) ganó el concurso de cuento que hizo Aristócratas, cuando ya era legal. Hay muchos que despuntaron la vocación (de escribir, de dibujar….) en la revista y hay varias tesis escritas sobre ella.

Enrique: Esa actividad no le significó ningún perjuicio físico a nadie. Para nosotros sí tuvo un costo altísimo, mi promoción en particular tuvo 13 desaparecidos. Día a día pasaban cosas, de repente había un compañero o una compañera que dejaba de ir al colegio y nadie sabía qué había pasado. Después te enterabas de que no había vuelto a su casa. Y así comenzamos a incorporar la noción de desaparecido. Eso era parte de la vida cotidiana del colegio. 

Cuando lo echaron a Aragón, el nacionalismo católico de derecha tomó el control de la Universidad, nosotros respondíamos desde la semilegalidad y seguían existiendo el cuerpo de delegados (así llamábamos al centro de estudiantes), las agrupaciones políticas, la militancia. 

A fines de 1974, durante el gobierno de Isabel,  fuimos desalojados del hall central por una banda de tipos armados que llegaron de civil. Habíamos tomado el Colegio para resistir la derechización que se veía por todos lados,  tratábamos de que Aragón siguiera siendo rector, y estuvimos muchos días viviendo en la escuela, manteniendo las clases como se podía. Pero el final de la toma fue ese: entraron tipos armados con Hitakas que nos desalojaron. Eramos todos chicos de 12, 15, 17 años, todos mezclados porque había clases. No era como la década pasada donde terminaban 10 militantes tomando el Colegio y quedaba un núcleo mínimo en la toma y el resto en sus casas. El Colegio estaba tomado, pero había clases, algunos se quedaban a dormir, otros se iban.  

Durante el gobierno de Isabel también tuvimos un velatorio en el claustro central de un compañero nuestro asesinado por la triple A (N de R Eduardo Beckerman). Son fotos que no se te van nunca de la cabeza y también son parte de nuestra formación, por eso digo que los de mi generación recibimos lo académico, pero casi nunca lo ponemos por delante cuando estamos hablando de lo que recordamos. El lado A y el lado B, el entusiasmo y la tragedia, están presentes para todos, incluso para los menos politizados. La militancia era muy grande, yo diría que había unos cuatrocientos chicos que estaban militando en alguna agrupación, pero además todos participaban de las reuniones de división, todos. No se iba nadie, ninguno decía “a mí la política no me importa”, esa es la marca fuerte que tuvimos. 

Mariana: Nosotros tuvimos otro velatorio acá, el del rector Eduardo Maniglia en 1978, pero se ocuparon de llamar a la gente a las casas para decirles que tenían que venir. 

Carla: Mi generación fue la bisagra,  porque sin haber vivido esa historia, nos tocó ser parte del linaje, de lo que cuentan ustedes, con esa carga sobre nuestras espaldas. Teníamos la responsabilidad de responder por cosas que no habíamos vivido, pero que sí habían sido parte de la casa que nos había formado. Nosotros teníamos tan endiosadas a las generaciones anteriores por haber soportado toda esa violencia,  que por momentos lo tomábamos con humor, queríamos algo más liviano, pero no nos pudimos deshacer de esa carga. Nuestra generación sostuvo el cambio de paradigma, la transición. 

Diego: Egresé en 2001. Es difícil caracterizar la época de los ’90 en términos políticos porque quedó en limbo, entre la vuelta de la democracia y el 2001. Por un lado, para los que crecimos en los 90’s, la vuelta de la democracia era, mayoritariamente, la historia de nuestros padres, y los años 70’s eran algo del orden del relato más que de la experiencia, porque casi no había hijos de desaparecidos en nuestra generación. Por otro lado, las ideas que habían moldeado nuestra formación política durante el secundario se evaporaron después de 2001. La desconfianza del peronismo, el gesto ético, la identidad progresista. Después de 2001, la configuración ideológica de los noventas dejó de existir. No éramos hijos de los setentas y a casi nadie le interesaba el legado radical después de 2001; pero todavía nadie era protokirchnerista. Éramos algo que no existe más, nuestra historia quedó en el limbo, una verdadera década perdida de la ideología, una historia que todavía no tiene un lugar claro en ningún relato. Si tiene algún valor pensar esa época es como una arqueología del presente. Fijate que cuando yo estudiaba, Andrés Larroque ya había sido un estudiante destacado en el Centro de Estudiantes. Y en los primeros años de facultad, Kiciloff tenía un ascendente muy fuerte sobre muchos de los que, como él, habíamos estudiado en un Colegio generalizadamente antimenemista. 

Por otra parte, los 90’s fueron un punto de inflexión en la precarización de la sociedad argentina, del claustro estudiantil y también de los profesores. Sin embargo, me acuerdo que los que habíamos estudiado en esos años, decíamos que el Colegio había sobrellevado muy aceptablemente esa década difícil para la educación pública. Pero 2001

 no frenó la precarización, que siguió expandiéndose por todas partes ¿Qué pasó con el Nacional de Buenos Aires? ¿Tuvo recursos para aguantar otros veinte años? 

Ana: El boom del feminismo en el colegio fue al año siguiente de que yo egresé, en 2018. Entre 2015 y 2017 había comenzado el movimiento del feminismo con el #NiUnaMenos, pero no estaba tan presente como ahora. En 2018, en la entrega de diplomas, los tres turnos hicimos discursos que tenían que ver con la temática. El tiempo que yo cursé pude también ver el progreso de los temas de diversidad sexual. Algunos docentes te abrían la cabeza y también hablabas con tus compañeros,  de manera que cuando terminabas quinto año, eras el más progre de los progres. No conozco a ninguna mujer que sea alumna de esa época que no sea feminista, y si las hay no están bien vistas. 

A.C.: ¿Cómo ven el Colegio hoy, y algunos debates que se dan en él, como el de la alta deserción o cómo se vive el alto grado de exigencia?

Ana Traversi: Los últimos años empezamos a replantearnos la relación que habíamos tenido con los docentes y la poca contención del colegio. Nos sentíamos muy solos, los tiempos van cambiando y la nuestra es una generación que tal vez necesite otro tipo de acompañamiento distinto al que se necesitaba antes. A nivel personal, me estresaba mucho,  me bajaba la presión, o me agarraban ataques de llanto y no quería entrar a dar exámenes, pero nunca nadie me preguntó nada, nadie habló con mis padres. Si tenías alguna situación con un docente, tampoco tenías con quién hablarlo, por ahí el preceptor, pero en general no eran muy buenos conteniéndonos. Me parece que eso salió bastante a la luz en los debates de los últimos años: qué hubiésemos necesitado para estar mejor, para que el paso por el colegio fuera más ameno. Yo por lo menos tuve en el Centro de Estudiantes un lugar de contención, pero había chicos que no lo encontraban y se terminaban yendo, o quedaban libres. Es una lástima porque el colegio tiene muy buen nivel, salís con un montón de herramientas y conocés gente super valiosa que no encontrás en otros lados. Me da pena que queden libres las vacantes de los chicos que se van porque, al fin y al cabo, nadie más entra y ocupa ese lugar. 

Enrique: Siendo vicerrector del Nicolás de Avellaneda nos tocaba tener chicos y chicas que se iban del Buenos Aires, por notas o porque no aguantaban la presión de la trituradora.  Yo los entrevistaba cuando llegaban, y les preguntaba cómo se sentían, casi todos respondían que estaban felices porque los consideraban como personas. Todos te decían lo mismo:  “En el Buenos Aires no existís, sos nadie para la institución”. Si sobreviviste al curso de ingreso y al examen, ya estás listo para estar en la selva. 

Carla: La inteligencia emocional es un pendiente de este colegio, un tema a trabajar. Nadie tuvo contención de ningún tipo durante esos años y tenías que ser fuerte ante la situación que te tocara, tanto política como dentro del aula. Todos tuvimos compañeros con esos vaivenes emocionales y lo contenía algún profesor o algún grupo de amigos.  Eso el colegio nunca lo tuvo.

Diego: Hay una asociación directa entre que las familias estén afuera y que lo emocional no se trate. Una idea en la que se mezcla el racionalismo, y aún estamos viviendo una etapa viciosa de esa idea.

Carla: Tenemos la responsabilidad de trabajar desde lo emocional, más allá de lo académico, sobre qué conocimiento estamos generando acá. Si estamos repitiendo, o si estamos creando nuevas ideas. Yo no aprendí a administrar mi vida en el colegio, no había economía, finanzas, emprendedorismo, me parece que son cosas que tal vez sí se deban empezar a aprender.

Mariana: Yo no noté la falta de ninguna de esas.  Creo que con la vigencia de los Derechos del Niño (los estudiantes del CNBA son niños, aunque muchas veces no son tratados como tales) y la plena implementación de la Ley Nacional de Educación del año 2006 habremos avanzado mucho. Suelo pensar que en lo académico es central la formación del pensamiento crítico. Tomando en serio estas cuestiones se podría seguir adelante y producir transformaciones potentes.

Carla: Claro, pero era otro mundo. El mundo de ahora es diferente al mundo que teníamos en ese momento. Debemos aprovechar las paredes históricas y al mismo tiempo ver qué otro colegio se quiere construir, que es una pregunta que estuvo siempre y que cada generación la fue resolviendo como podía, con las libertades y la creatividad que tenía. Son preguntas que vienen para el futuro.